Estados Unidos: historia de dos candidatos
El próximo martes, 3 de noviembre, más de 300 millones de ciudadanos estadounidenses están llamados a las urnas para tomar una de las decisiones más importantes para un país: la de elegir al líder de la nación para los próximos años. En esta ocasión, esta elección es más relevante, si cabe, puesto que el coronavirus está dejando tras de sí una situación sanitaria, social y económica muy delicadas, y un error en la selección del presidente puede agravar estos problemas.
Donald Trump, 45º Presidente de los Estados Unidos, y Joe Biden, Vicepresidente de los Estados Unidos con Barack Obama, son las dos opciones que se le plantean a los ciudadanos estadounidenses para dirigir el país durante los próximos cuatro años, y para liderarlo en la salida de la crisis económica y sanitaria actual. El primero, candidato del Partido Republicano, se presenta a la reelección. El segundo, candidato del Partido Demócrata, encara la fase final de la campaña presidencial como el favorito por las encuestas publicadas hasta ahora.
Donald Trump es una de las personas más conocidas en el presente. El actual presidente estadounidense se dio a conocer especialmente durante la campaña de elección del candidato republicano a la presidencia en 2016. Sus intervenciones en los mítines no dejaban indiferente a nadie, como alguna de sus ideas y promesas electorales, como el famoso muro entre Estados Unidos y México, o su lema de campaña, el repetido «Make America Great Again».
Sus planteamientos lo convirtieron, según los medios de comunicación estadounidenses (y también los del resto del mundo, pendientes de la campaña presidencial) en el candidato más radical del Partido Republicano, y muchos se aventuraron a vaticinar que el magnate no lograría vencer a sus contrincantes. Sin embargo, sus mensajes, que procuró mantener lejanos del establishment que ya cansaba a los ciudadanos estadounidenses, le dieron la victoria no sólo en las primarias, sino en las elecciones presidenciales, en las que venció a Hillary Clinton, a la que Trump señalaba como una más dentro de la clase política que los norteamericanos querían evitar.
Ahora, Trump se presenta a una reelección en la que va de nuevo sin el cartel de favorito, pero jugando a un juego similar al de los anteriores comicios. Desde el punto de la vista de la comunicación, Trump tenía claro, entonces y ahora, cuál es el papel que debe jugar, cuáles son sus mensajes, y esto se vio reflejado especialmente en el debate, evento crucial en estas campañas en Estados Unidos.
En todo momento, Trump trató de mostrar que él es un mejor presidente de lo que sería Biden. Así, el actual presidente defendió su gestión de la crisis del coronavirus comentando que, con su rival, las cifras de fallecidos (más de 200.000 en EE.UU.) habrían sido mayores. También en cuanto a cifras económicas, apoyándose en los buenos resultados económicos y de empleo obtenidos bajo su gestión hasta la crisis del coronavirus, para tratar de mostrarse como la mejor opción para devolver a los Estados Unidos a una situación económica fuerte.
El mensaje más contundente, y que muestra esta estrategia, es cuando criticó las promesas electorales de Biden, al comentar que lleva 47 años en política, y que en ese tiempo ha hecho menos por el país de lo que él ha hecho en 47 meses. Fiel a su estilo polémico, Trump interrumpió a su rival en numerosas ocasiones (un total de 73, según CBS News) y también dialogó mucho con el moderador, ignorando a Biden. Esto respondía a una doble estrategia: poner nervioso, tensar a Biden, y mostrar que no es tan calmado y moderado como aparenta; y afianzar sus mensajes, ya que el moderador no podía debatirle sin perder la imparcialidad que debía tener en todo momento, además de que así tampoco permitía que Biden le contestara.
En el otro lado, tenemos a Joe Biden. Como Trump comentó en el debate presidencial, Biden lleva 47 años vinculado a la política estadounidense. Su carrera en Washington D.C. arrancó en el Senado en 1973, y 14 años después tuvo lugar su primer intento de llegar a la presidencia. Es una persona con una trayectoria política mucho más dilatada que la de Donald Trump, aunque este hecho no le sirvió antes a Hillary Clinton ni a otros homólogos demócratas suyos en su carrera por la presidencia.
Su campaña está más centrada en la moderación, en la calma, en transmitir lo que se llama “imagen presidencial”. Esto contrasta mucho con esa imagen más polémica que muestra Donald Trump, y es por ello que el candidato demócrata utiliza mensajes que buscan explotar ese lado tranquilo suyo frente a Trump: él dice que busca la unión del país, y que su rival consigue justo lo contrario con sus acciones y palabras.
Biden es el favorito por las encuestas a la presidencia, y quizá es eso lo que le ha hecho pecar de exceso de confianza en ciertas situaciones. Por ejemplo, en una intervención en un programa de televisión, le comentó al presentador, que era afroamericano, que si tenía problemas a la hora de decidir entre votarle a él o a Trump es porque él no era negro. Evidentemente, estas palabras generaron un gran revuelo de por sí, además de que daba a entender que Biden daba por asegurados los votos de la población afroamericana por sus años de vicepresidencia con Obama, entre otros factores.
A pesar de este tipo de comentarios que pueden suponer casi un suicidio político, especialmente en el sprint final por la presidencia de los Estados Unidos, Joe Biden tiene una gran habilidad como orador, que le ha ayudado a ser elegido senador en siete ocasiones. De él, también se destaca su empatía, y una cercanía que le permite sentirse muy cómodo cuando se encuentra con los votantes, a los que suele atender de forma amable, tomándose fotos y hablando con ellos.
En el debate presidencial, debía ser capaz de demostrar que, pese a la edad, es capaz de gestionar bien la presión, de mantenerse firme ante las situaciones adversas. La prueba era el propio Donald Trump, sus interrupciones, sus intentos de ignorarle y hablar sólo con el moderador, sus continuas menciones a que Biden hubiera gestionado peor la pandemia, etc. Lo cierto es que lo consiguió, a excepción de un “payaso” y un “¿Quieres callarte, hombre?” que el candidato demócrata le espetó al actual presidente, tras varias interrupciones de Trump.
Falta poco para el día clave, y sólo un debate más entre los dos candidatos. Este año sólo se celebrarán dos, el que ya ha tenido lugar y el del próximo 22 de octubre. Había programado un tercer debate, entre estos dos, pero el positivo de Donald Trump por coronavirus y su negativa a realizarlo de manera virtual, donde su efecto intimidatorio y su estrategia de interrumpir e ignorar a su adversario serían menores, han derivado en su cancelación definitiva.
Para sustituirlo, Biden y Trump acudieron a ABC y NBC, respectivamente, donde atendieron a las preguntas de los periodistas y del público. Este hecho le costó caro al actual presidente, que se encontró con Savannah Guthrie, periodista que antes fue abogada, y que respondía y debatía sus ideas con firmeza, ya que actuaba como periodista y no como moderadora, por lo que el presidente no pudo repetir el mismo plan que en el debate.
Veremos quién se impone en el último debate, y quién termina en la Casa Blanca durante los cuatro próximos años. Por lo pronto, nos encontramos a dos candidatos muy diferentes a todos los niveles: perfil, ideas, mensajes, estrategia, etc. Será el pueblo estadounidense quién decida cuál de los dos le ha transmitido más confianza. El próximo 3 de noviembre lo sabremos.
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